El jardín Gaultier, antes sereno, se transforma en una jungla psicodélica, impregnada de una tensión sulfurosa que despierta los sentidos.
Ya no es un Edén, sino un laberinto embriagante donde los cuerpos se rozan, los perfumes se entrelazan y los impulsos se encienden. Las flores mismas se convierten en sensuales y símbolos de la tentación. Embriagados por esta alquimia, Le Beau y La Belle se entregan.